martes, 18 de septiembre de 2012

XLIII - Despedida


Tu amor fue para mí un día
el objeto venerado;
el tesoro más preciado
que un hombre puede anhelar.
Te amé con tanta ternura
que tu amor me arrancó llanto
y te quise tanto y tanto
como nadie te querrá.
En el fondo de mi pecho
mi ilusión levantó un trono
a tu amor, y tu abandono
por tierra lo hizo rodar.
Más, todo se fue en el tiempo
sin dejar apenas huellas,
ahora ya, que las estrellas
no nos vuelvan a engañar.
Yo en mi ilusión me creí
que eran uno, nuestros sinos,
y hoy se apartan los caminos
para no juntarse más.
Sigue el tuyo con valor,
que yo seguiré mi senda
libre ya de aquella venda
que ya no me cegará.
Y si en tu triste camino
encuentras a la Amargura
no aumentes tu desventura
queriendo volver atrás.
Hay que seguir y seguir
aunque pesen los abrojos:
no son de rosas manojos
lo que se vió al empezar.
Hay que seguir y seguir
siempre adelante, adelante
sin detenerse un instante
hasta llegar al final.
Que es el final, la ventura
que nos ofrece el amor
sutil aroma de flor
que el alma adormecerá.
Y si sé que feliz vives
en medio de dulce calma
yo sentiré que mi alma
también feliz vivirá.
Más, si en vez de ser dichosa
vives azar descontenta,
entonces escucha atenta:
¡quizá me sientas llorar!
Adiós, pues, y no te olvides
que Amor da la despedida;
¡ya nunca más en la vida
mi amor te volverá a hablar!
12 de Julio de 1944

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